Hace tan sólo unos ocho lustros, quizá algo más de cuarenta años, nadie o casi nadie practicaba karate en España, y si se practicaba, a nosotros no nos ha llegado el menor rastro de ello, salvo dos casos excepcionales que presentamos más adelante. En aquella época, nuestras mentalidades, nuestras potencialidades y nuestras fronteras no apuntaban hacia cuanto pudiera significar apertura, cambio o renovación.
 
  La costumbre, la tradición, el inmovilismo y, sobre todo, los intereses de los responsables políticos de la España de entonces se constituían en   acérrimos inquisidores en pro de un conservadurismo severo, feroz, y radical que garantizaba, entre otras cosas, larga vida al poder establecido pero que, a su vez, mantenía a España muy alejada de Europa y dificultaba el transvase cultural entre Occidente y Oriente.

  Corrían tiempos difíciles, y no puede extrañar que los primeros pasos del kárate por nuestra geografía resultaran duros en extremo, pero también sustanciosos, firmes e instructivos. Algunas personas de las que ayer iniciaban aquella andadura siguen hoy trabajando a favor de este noble arte marcial de añeja raíz y verde tallo. 

  Entonces se entrenaba hasta la extenuación, sin medios y sin miedos, pero con una enorme fe e ilusión en lo que se hacía; y, sorprendentemente, (cuando la practica del kárate estaba prohibida e incluso perseguida y penalizada; cuando no había profesores, ni gimnasios ni asociaciones que lo conocieran y divulgaran; cuando toda bibliografía y documentación brillaban por su ausencia; cuando con sólo mencionar la palabra “karate” eras tachado de extravagante, peligroso y revolucionario; cuando “entrenar” era sinónimo de respeto, justicia, humildad, fidelidad, honor y sacrificio..)) el ((kárate-do)) hace su aparición en España. De la misma manera que el judo, echó a andar de la mano de la Federación Española de Lucha, la más tierna infancia de nuestro noble deporte marcial, el kárate-do, también necesitó cuidados especiales, cobijo y protección antes de dar los primeros pasos con sus propios pies.
  Era coherente, natural y hasta necesario que encontráramos al kárate estrechamente vinculado a determinados hombres muy encumbrados en el mundo del judo y en el de los altos mandos militares.
 
  Al amparo de estas dos súper disciplinas, entonces fuertemente conectadas con el poder político y económico del país, el kárate consiguió contrarrestar el poderoso efecto demoledor de las prohibiciones, la censura y la crítica. A la par que las ciudades españolas se mantenían impasibles ante el paso del tiempo, en las capitales punteras de América y de Europa el kárate se debatía por hacerse con sitio, identidad y prestigio bajo la batuta de aventajados maestros y demostradores orientales. La espectacularidad de las exhibiciones, la excelencia de las técnicas, la potencia de los golpes, la virilidad y el misticismo del kárate-do terminaron por llamar la atención del público y, consecuentemente, de las otras artes marciales, ya establecidas lejos de sus cuarteles generales originales, y se produjo lo que era de esperar: un intercambio de conocimientos entre maestros de disciplinas afines, aunque sólo fuera como acto de cortesía, caballerosidad y respeto. Aquí es, precisamente, donde encontramos a dos españoles, extraordinarios como personas y excelentes como judokas, a los que el destino había reservado el difícil encargo de introducir el kárate en España, y así lo hicieron. Los nombres de Manuel Palacios y Luis Zapatero están grabados a fuego en la historia del kárate de España. Entre los años 1965 y 1970 llegan a España un gran número de maestros orientales, especialmente coreanos y japoneses; los primeros se establecen mayoritariamente en Barcelona, mientras que los segundos preferirían afincarse en Madrid. Las primeras clases que impartirían, tanto los unos como los otros, sería en gimnasios de judo. No está claro exactamente cuando se autoriza la enseñanza y la práctica del kárate en España de manera oficial, y es muy probable que este dato difiera de unas ciudades a otras; sin embargo, es a mediados de este quinquenio cuando se torga cierta libertad al kárate, pero siempre bajo estrecho control y vigilancia. El Departamento Nacional del Kárate, dentro de la Federación de Judo, cae por su propio peso allá por el año 1968.



 

 

  El día 2 de mayo de 1970 tuvo lugar en el polideportivo del INEF de Madrid el 1er Campeonato de España de Kárate. Este acontecimiento cambiaría por completo el rumbo del kárate: el deporte, con sus aciertos y sus errores, irrumpiría en la   monástica vida de los karatekas de aquel entonces. Lo importante de este campeonato fue la toma de contacto entre karatekas de distintas federaciones territoriales; también el público abarrotó las gradas y las autoridades político deportivas nos honraron con su presencia;la fase final fue presidida por Su Alteza el Príncipe de España, acompañado del delegado nacional de Educación Física y Deportes , D. Juan Antonio Samaranch; ministro de Educación y Ciencia, Sr. Villar Palasí; ex ministro de Trabajo, Romero Gorría; Director de Deportes, Esteban Ascensión; Director de Juntas de Educación Física y Director del Instituto Nacional de Educación Física, D. José Mª Carigal. Su Alteza Real, hoy Su Majestad el Rey de España Don Juan Carlos, hizo entrega de los trofeos a los campeones y estuvo un buen rato cambiando impresiones con los karatekas participantes, demostrando un profundo conocimiento del kárate, ya que en esta fecha tan señalada el Príncipe ostentaba el «cinturón negro» 2º dan.

  Con posterioridad a este 1er Campeonato de España, el Kárate crece de forma continua e imparable llegando a la cifra de 65.000 federados el año de su segregación de la Federación Española de Judo y constitución como Federación Española de Kárate el 7 de abril de 1978. La practica masiva del kárate es ya un hecho consumado y los frutos deportivos a nivel internacional no tardan en llegar en 1980 y con ocasión del 1er Campeonato del Mundo celebrado en España (Madrid) el equipo español de kumite masculino obtiene por primera vez en su historia la medalla de oro que junto a otras 2 de oro, 1 de plata y 5 de bronce convierten a España en referente mundial de este deporte.


  Los éxitos de nuestros karatecas han ido sucediéndose desde entonces, convirtiendo a España en potencia mundial de todas las modalidades y pruebas, pues también las mujeres con su incorporación como prueba por equipos de kumite han alcanzado la   cima del podium, al proclamarse Campeonas del Mundo en 1994 (Malasia) sumando más metales al amplio medallero español.

Un deportista, sin embargo, ha marcado la diferencia en este siglo tanto en España como en el Mundo, sus tres medallas de oro consecutivas en la prueba individual de kumite masculino junto a la también obtenida por equipos en Granada el año 1992 donde se celebró el IX Campeonato del Mundo le acreditan como el mejor karateca de todos los tiempos, su nombre es José Manuel Egea Cáceres.

 
  Este deportista de cualidades innatas para la práctica del karate se ha convertido en ídolo a imitar por la enorme cantera de que dispone nuestro País y que nos permite contemplar el futuro con la esperanza de ver a algunos de nuestros deportistas en el podium de unos Juegos Olímpicos.

  También en ese ámbito, el de los Juegos Olímpicos, el Kárate español del siglo XX ha aportado y contribuido de forma excepcional su esfuerzo estructural y humano. 


  En octubre de 1998 el Congreso de la Federación Mundial de Kárate (W.K.F.) eligió por aplastante mayoría al español D. Antonio Espinós Ortueta, Presidente de este Organismo cargo al que accedió tras años de trabajo en otros puestos relevantes del kárate internacional.

Desde ese momento el esfuerzo del Presidente de la W.K.F., apoyado de forma total y absoluta por la Federación Española de Karate y a través del actual Presidente D. Faustino Soria Morales, está centrado en la participación del karate en los Juegos de Atenas del año 2004 habiéndose conseguido como paso previo y fundamental el reconocimiento definitivo del Comité Olímpico Internacional en su Sesión del 17 y 18 de junio de 1999 en Seúl.